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5 de agosto de 2006

45

El café tiene gusto a jabón.
No es la primera vez que pasa.
Supongo que Alejandro tenía el café en el sótano,
apilado entre las cajas de jabón en polvo
y las botellas de aceite y las de vino. No dejo de tomarlo.
El gusto es horrible. Como cuando lavás
y te llevás la mano a la boca y un gránulo de jabón pasa
de la punta de un dedo a la lengua.
Es temprano.
Apenas llovizna ahora pero anoche
el granizo destrozó el techo del galpón.
Tuve que traerme las palomas a mi pieza.
Son lo único que queda.
Quién iba a pensar que al final
sus nervios
soportarían más que los perros.
Me despertó el rayo
a las cuatro AM. Corrí a ver el fondo,
las palomas lloraban, estaban empapadas.
Las arrié hasta mi cuarto
como a ovejas enanas. Como un pastor
de ovejas. Mi caballo era el cansancio
en estos días. Ahora duermen
y yo sigo con el desayuno perfumado.
Suena el celular. Es mi padre.
Me escribe diciendo que allá
calor, falta de aire y bruma.
Me pregunto cómo andarán las jirafas.
Sé que el resto de sus animales
también ha muerto.

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