No quiero empequeñecerme
de vos pero
está manso el pasto,
domado
en sus remolinos de
pelo de niño.
Los ojos bajo tierra.
Los ojos negros en la
napa de una lágrima negra.
En la nariz le escarba una
mulita su
laberinto y cueva y hecha
cría
en el ronquido.
La boca seca.
La boca, un yacimiento
mineral.
La lengua del niño es
baquelita.
Pero ahora
sólo vemos
la mata rubia del pasto
de este invierno.
Y hay unos huesos por
allá, y también
pasa un hombre con
tropilla. Retumba
la huella al trote.
Nada despierta al niño
de su siesta.
Al gran niño que duerme
bajo el horizonte de fuego
de los talas,
al que duerme
bajo la piel de cal del
rancherío.
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