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7 de julio de 2015

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No quiero empequeñecerme de vos pero
está manso el pasto, domado
en sus remolinos de pelo de niño.

Los ojos bajo tierra.
Los ojos negros en la
napa de una lágrima negra.

En la nariz le escarba una mulita su
laberinto y cueva y hecha cría
en el ronquido.

La boca seca.
La boca, un yacimiento mineral.
La lengua del niño es baquelita.

Pero ahora
sólo vemos
la mata rubia del pasto de este invierno.
Y hay unos huesos por allá, y también
pasa un hombre con tropilla. Retumba
la huella al trote.

Nada despierta al niño de su siesta.
Al gran niño que duerme
bajo el horizonte de fuego de los talas,
al que duerme
bajo la piel de cal del rancherío.

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