Páginas

1 de febrero de 2005

13

Dijo: "...y las cosas son madre, hermanas mías,
un poco de los dueños, pero más de quien toca
o ha tocado una mesa, un jarrón, una copa,
una taza cargada de chocolate tibio.
La porcelana, el vidrio, un espejo, supongo,
pertenece al reflejo (a quien se ha reflejado
durante años enteros de ese eterno pasado),
de la misma manera en que no tienen dueño
la flor del jazminero, una parra con uvas,
las baldozas partidas, las goteras del techo,
la soga de la ropa, la rejilla del patio.
Eso a nadie interesa, mas que a quienes recuerdan
la sombra, la humedad, el perfume, la tibia
plenitud del cemento bajo los pies descalzos
en verano u otoño, espantados de viento.
El olor a laurel tampoco tiene dueño.

¡Qué vengan y se lleven los relojes a cuerda!
Que los propios sonidos, las veinte campanadas,
son ajenas al ciclo que padecen los nuevos
propietarios supuestos. Que cualquier cortinado
lleva también bordado el aliento de aquellos
que supieron abrirlos para que el sol entrara
en esos cuartos viejos. Que cualquier almohadón
respaldo, cama o catre lleva huellas pequeñas
(de los pesos marcados) de los que recostaron
un poco las espaldas junto a los muertos que ahora
duermen la siesta ausente.

Todo esto de la herencia, del que llega de viaje
se asemeja, les digo, al perdón y por eso
no hay que hacer tanto caso, más vale hay que verlo
con ojos de pescado, con sonrisa de niño,
acaparan las cosas como pierden cariño.

No hay comentarios.: