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16 de junio de 2005

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Vivió como figura abrillantada
calado por su correspondiente línea. Con el dibujo encadenado
al resto de los dibujos de la plancha por esos lazos de papel.
Como unido por abrazos permanentes y otros contactos
entre los que se pueden destacar al beso.

Antesdeayer nomás tenía las manos pequeñas, los dedos
como juguetes enteros y al final lo debe haber odiado el mar.
Ese abandono o deriva.
Pero el amor no era polenta. Además esta creciente
desmineralización de la harina de maíz etcétera etcétera.
Y entonces su amor vuelto selva.
Amazónicamente hablando: selva virgen
Su amor impenetrable.
La fórmula de su olvido.

Ahora todos: ¡pobre!
como decir ¡ah cofre cerrado!
testimonio del naufragio.

Y ahí está hundido como buque entre los peces del fondo
La pasta suelta y humedecida. Inundado
el caracol del oído interno. El yunque y el estribo
vueltos tesoros perdidos para siempre entre la porcelana rota
y los cuerpos de todos los ahogados del mundo:
en unas casas vivieron,
bajo algún árbol
contemplaron sus jardines.


(Árbol que cae en un viento. Pasan sobre los patios unos
nombres. Se vuelan. El llamador ya no tiene
la mano que agarra la bola.)

Ahora ya está.

Rematarán la casa finalmente.
Sacarán a la calle cinco cajas de cartón y discos rayados.
Para las diez de la noche no quedará nada en la vereda.
Dentro de tres años nadie se va a acordar de él.

De esa figura abrillantada,
de su íntima imposibilidad para el grito o el aplauso,
para poder descansar sin meterse pastillas de melatonina
o valeriana.

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