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2 de agosto de 2005

21

Abrirlo con las dos manos.
Dejarse largas las uñas para arrancarlo como piojo
y entregarlo. Mirarlo
antes de ponerlo en una caja.
Mirarle la primera, la anteúltima,
la letra del medio y no recordar
cuando aprendimos a decirlo, a escribirlo.
Abrir la caja de los zapatos que compraste
y decidir usarla para eso.

Entonces lo apoyás en el cartón,
pensás en que tenga un buen viaje
y por las dudas ponés junto a él
un poco de pasto para que coma porque
no es echarlo a la calle, a la deriva,
a la buena de la corriente del arroyo, después de todo
se mantuvo el pobre un tiempo
haciendo su trabajo de espejo empañado.
Y no es que no sirva. Es que ya
no te interesa verlo tan seguido.
Tal vez recordarlo
como lo que se fue haciendo ceniza
mientras estuvo encendido.
Por eso ahora
antes del último humo humedecerlo
para que no queme el cartón del barco de su viaje.
Que lo encuentre quien ande buscando.
Que al verlo le cuente la historia de un niño.

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