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30 de octubre de 2005

25

La nocturna pelusa blanca patina sobre el mármol.
La veo girar, hacer su juego frío sin estrellas
-las patas con medias, las manos enguantadas-
Aún es sueño. También es de día.
La veo llegar a la caja de las víctimas postales.
La caja de las medallas negras y los dientes
caídos que es su cofre de vampira sin escuela.

Las tiras rojas de mi bolsa de viajar son brazos de pulpos abiertos
ahogándose de sangre contra la pared.
Ah impulso!
Jorobado de capucha sucia y ojo de bola debajo de mi hombro
susúrra: ya salté, ya volví,
ya me congelo.

Si me entraran por la piel enseñanzas como cuchillos,
y ópticas y facultades y papelerismo
Pero todo es carbón para el oído,
carbón para la jefa que se sienta
en ese hueso de vértebras montadas,
su sillón estrellado desde donde
eleva el aceite y gira la leva, maneja su mano,
su mano que es un brazo,
una anguila de plata,
sus dos brazos de anguilas que me sacuden los tendones
en ese mar.

Así quedo vestido de suicida sin piedra
que se arroja de los muelles y que siempre
es sacado a la orilla por esos delfines malditos solidarios.

Fuerzo la carne mojada, la carne en la ropa
la carne en los ojos fuerzo
y no es si no de mí la maqueta que construyo:
diperso en los campos
alejado de las torres de la orilla,
más sobrevolado en el centro, con
villas de emergencia. Si parecemos nubes mirándome a mi mismo.
Golondrinas con gabán que doblan el mapa en cuatro y se lo tragan.
También el cielo es lava invertida, volcán
polarizado por la nieve. Somos cielo.
Un cielo pegándome detalles, amaneciéndome.

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