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2 de marzo de 2006

33

No luchan contra el hacha del olvido.
No planean centros estratégicos de trapos aceitados.
No dialogan con otro espejo más oscuro.
No dibujan con la glicina o la aceituna.
No escuchan el reloj, oyen el ruido.
No doblan las barreras, las levantan
hasta llegar a la vergüenza y a las medias.
No saben de las pirámides de ranas.
No aplauden la tarde. Todo es un mismo
papel gastado que repiten.
No les importa el fuego en otro fuego.
Solo irse, no quedarse, nunca vuelan.
No elaboran, se golpean contra el yunque
de la boca, no les sale, no contestan,
no son hombres, ni niños ni señoras
transformadas en hombres, en niños, en mujeres.
Cierran las ventanas si hay un viento.
Sufren del frío como de agujas blancas.
Sufren del calor como de un ojo y no sirven
para quitarles la piel porque desnudos
valen menos que la ropa.

Andan con congestión o con prurito.
Se enferman si se curan y no tienen
tiempo porque el tiempo los devora.
De a poco se los come por los codos.
Ya va el tiempo por los cúbitos y radios.
Tienen roídos tendones y cordones.
Son un manjar para el humo de la siesta.
No fuman, son fumados y no saben
leer más que sus nombres,
nunca ven la roca que los ata,
la pierda fundamental que no los funda.

Tienen ojos de pez, deforman todo
desde el punto de vista del ahogado.
A brazadas llegan, tocan timbre
con dedos de niñas hechizadas
para buscar el beso que les rompa
el conjuro y se aprovechan
de tu corazón idiota.

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